En febrero de 1904 estalló la guerra ruso-japonesa, motivada por dos causas. Por un lado, debido al interés del zarismo de desviar el descontento popular hacia un motivo exterior. El Ministro del Interior, Pleve, había escrito en una carta al Ministro de Defensa poco antes de caer durante un atentado terrorista: “Para evitar la revolución, lo que nos hace falta es una pequeña guerra victoriosa”. Pero también estaban las reales contradicciones entre el interés imperialista del zarismo y el de Japón. Pese a su carácter general atrasado, a su aparato político semi-feudal y al control de su economía por parte de los capitales financieros francés e inglés, el zarismo mostraba ambiciones imperialistas, controlando colonialmente a Polonia, los Estados Bálticos, Finlandia, el Cáucaso, los territorios de extremo oriente y Asia Central. Este interés de control se extendía hacia Turquía, Persia y, especialmente, China. El zar ordena la invasión de Manchuria, en territorio chino, tras lo cual se origina la respuesta japonesa.Los japoneses consideraron esta ocupación como un intento de bloquearles su expansión hacia el Asia continental. Luego que el partido pro-guerra tomó el control del gobierno japonés en el verano (nuestro invierno) de 1903, Japón estuvo listo para avanzar y atacó la flota rusa en Port Arthur, la cual cayó once meses después, luego de una encarnizada lucha que costó la pérdida de 28.200 soldados rusos.
El “Domingo Sangriento”
La jornada del domingo 9 de enero se venía gestando desde setiembre de 1904, cuando empezó la agitación en las fábricas. La situación se radicalizó con la salida a la huelga de los trabajadores de la fábrica Putílov, a partir del 5 de enero, tendiendo a convertirse en una huelga general. Ese día, los huelguistas eran 26.000; dos días más tarde ya se contaban 105.000; y al siguiente llegaban a 110.000. Las reivindicaciones iban tomando un carácter más político: en la reunión de masas del 5 de enero se votó la convocatoria inmediata a una Asamblea Constituyente, la necesidad de conquistar la libertad política, el final de la guerra y la liberación de los prisioneros políticos. Pese a ello, hasta ese momento los obreros socialdemócratas estaban relativamente aislados e, incluso, tuvieron un fuerte debate sobre si participar o no en la manifestación del 9 de enero, a la cual finalmente decidieron concurrir.
Hay que tener en cuenta que, como forma de contener el descontento obrero, al jefe de policía Zubátov se le había ocurrido crear sindicatos legales que funcionaran, e incluso eligieran comités, bajo la vigilancia policial, y cuyo objetivo fuese realizar actividades sindicales, con un carácter estrictamente económico y apolítico. La paradoja es que el descontento obrero se expresó originalmente en estas organizaciones, que lograron superar su carácter original. Muchos bolcheviques, según plantea el propio Lenin, tuvieron una actitud sectaria negándose a participar en estas organizaciones por considerarlas “zubatovistas”, a pesar que en la organización que dirigía el pope Grigori Gapón –quien luego estará a la cabeza de los acontecimientos del “Domingo Sangriento”- entre sus ocho mil militantes, había obreros que habían pasado por organizaciones socialdemócratas y algunos bolcheviques.
El 9 de enero, cerca de 140.000 personas participaron de la manifestación, realizada frente al Palacio de Invierno; obreros con sus familias, vistiendo sus ropas de domingo y portando íconos eclesiásticos. La petición de los obreros llevada ante el zar por el pope Gapón rezaba: “Soberano, nosotros los obreros, nuestras mujeres y nuestros débiles ancianos, nuestros padres, hemos venido a ti, soberano, para pedir justicia y protección. Estamos reducidos a la miseria, somos oprimidos, abrumados con un trabajo superior a nuestras fuerzas, injuriados, no se quiere reconocer en nosotros a hombres, somos tratados como esclavos que deben sufrir su suerte y callar. Hemos esperado con paciencia, pero se nos precipita cada vez más hacia el abismo de la indigencia, la servidumbre y la ignorancia. El despotismo y la arbitrariedad nos aplastan, nos ahogamos. ¡Las fuerzas nos faltan, soberano! Se ha alcanzado el límite de la paciencia; para nosotros, éste es el terrible momento en que la muerte vale más que la prolongación de insoportables tormentos”.
El zar recibió esta pacífica manifestación con balazos: se cuentan al menos 4.600 personas entre heridas y asesinadas. La magnitud de esta respuesta fue tal que luego de la masacre el propio Gapón denunció al zar y llamó a la “insurrección armada”. El zar Nicolás II fue desde entonces apodado “el sanguinario”. Esa misma noche los obreros se organizan y recorren la ciudad en busca de armas.
El movimiento se extiende rápidamente. Al día siguiente aparecen barricadas en San Petersburgo y el día 17 de enero, 160.000 trabajadores fueron a la huelga en 650 fábricas. La solidaridad crecía en todo el país. Tan sólo en el mes de enero hubo 400.000 huelguistas a nivel nacional. El día 13, en Riga, 60.000 trabajadores organizan una huelga política y unos 15.000 copan las calles en una marcha de protesta. En la región del Cáucaso, el día 12 se inicia una huelga ferroviaria y alcanza carácter nacional. Lenin escribía poco después desde el exilio en Suiza: “La clase obrera ha recibido una gran lección de guerra civil; la educación revolucionaria del proletariado ha avanzado en un día como no hubiera podido hacerlo en meses y años de vida monótona, cotidiana, de opresión. El lema de “¡libertad o muerte!” del heroico proletariado peterburgués repercute ahora en toda Rusia”.
Ante las manifestaciones obreras, el zar respondió nombrando a un burócrata conservador en reemplazo del ministro liberal Svyatopolk-Mirsky y dando poderes ilimitados al represor general Trépov. Pero a su vez debió publicar un manifiesto refiriéndose indirectamente a la necesidad de una constitución y de un órgano de representación popular. Poco después, con el fin de conciliar con la burguesía liberal y frenar el movimiento, impulsa la Comisión Shidlovski, con el objetivo de “investigar las causas del descontento entre las masas”. Los bolcheviques discutieron cual posición debían tomar frente a esta comisión y finalmente decidieron utilizarla como “tribuna” para desenmascarar la maniobra del zarismo, táctica que se demostró correcta, ante la falta de respuestas que dio el régimen a las masas.
